miércoles, 27 de febrero de 2019

20190226

Hay mucho sobre lo que pensar.

Te dicen "piensas demasiado", como si fuera algo malo. Pero hombre... ¡si hay que pensar! Precisamente pensar es lo que nos salva. Pensar de la forma correcta, eso sí. Pensar adecuadamente es la cirugía que puede eliminar el dolor que a veces proponen tapar con analgésicos.

El mundo "oficial" pintado por series y películas aceptadas lleva al dolor.
Se implantan en nuestra psique historias "perfectas" y vidas bellas, hermosas y felices.
Una cosa así debería estar perseguida por cualquier tipo de institución moral o ética. Lo digo de otra forma: no es ético ni moral recibir esas fabulaciones irreales. Está bien, podrían tolerarse, igual que se tolera (y es bueno) el vino para los adultos y en pequeñas cantidades. Pero a lo que asistimos cada día es a lo contrario, a una intoxicación impuesta por las televisiones y demás anejos de propagación cultural. Es tan erróneo e inmoral como dar de beber grandes cantidades de alcohol a un niño; porque no estamos maduros (generalmente) para absorber la cantidad de modelos falsos que nos transmiten esas manifestaciones culturales.

La vida no suele ser fácil. La vida no suele estar exenta de desgracias y de palos.
Debemos aprender a aceptar que es así. De esa conciencia y experiencia aflorará la necesitada convicción de que la vida es bella a pesar de todo. Muchos luchan y sufren por "aceptar que la vida es bella a pesar de sus cosas negativas". ¿Por qué luchan y sufren? Porque el convencimiento de esa idea no es fácil. ¿Por qué no es fácil? Por una parte, porque la naturaleza humana, por supervivencia, se acomoda fácilmente a lo agradable y huye de lo desagradable. Pero ese no es problema. El problema está en la otra razón: estamos sobrecargados de imágenes irreales (películas, anuncios, series, novelas...) en las que se nos muestran supuestas "vidas perfectas", "familias perfectas". Como es imposible (para la media) llevar una vida como la reflejada en esas imágenes tan intensamente repetidas, llega la disonancia, la tensión, el sentirse incluso culpable ("algo haré mal si no soy capaz de tener una vida tan buena"). Llega el tardío desengaño al advertir esta mentira, cuando ya es tarde y se ha sufrido en vano por un espejismo que sólo se descubrió tras mucho sufrimiento.

Se oculta en esta cultura occidental del siglo XXI la enfermedad, la muerte, el trastorno.
Por otra parte, de una forma totalmente infantil, las noticias tratan estos temas con brutalidad; en teoría, para "informar"; en realidad, para conseguir audiencia apelando a la empatía, al morbo y al horror. Esto tiene el paradójico efecto de, en lugar de hacernos más conscientes de la realidad, aumentar nuestra sensación de distancia entre la realidad donde ocurren cosas malas y la vida ideal en la que todo es de color rosa.

Si por el contrario, sin ahondar en el drama, sin dejar de luchar por eliminar lo negativo, sin que sea excusa para dejarse caer en el nihilismo o la apatía, se describiese la vida como es, la necesidad del sacrificio, la presencia de la enfermedad, la certeza de la muerte ¿no viviríamos vidas más plenas, más honestas?

Hay que repudiar esas mentiras estéticas, hay que crecer con optimismo pero con una mirada consciente a nuestra existencia.

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