miércoles, 13 de marzo de 2019

20190312

Niñas,

Sabed que hay gente tóxica. Cuando se es joven, se les sufre especialmente. Luego, cuando los años han pasado, te haces inmune a ellos. Es un proceso gradual y espontáneo; lo bueno es precisamente su espontaneidad: no vais a tener que hacer nada especial para que deje de importaros lo que digan o piensen. Pero al mismo tiempo, esto es una desventaja, porque no conozco una técnica efectiva que permita acelerar ese resbale.

En las épocas de la adolescencia es precisamente cuando más daño os pueden hacer. Es una época en la que empezáis a volar por vosotras mismas, y por tanto, no podemos protegeros tan efectivamente de las toxicidades. Por supuesto, esto es en última instancia bueno y esencial. Debéis aprender por vuestra cuenta (y querréis hacerlo, de hecho). Una de las pegas es que en algún momento tendréis que lidiar vosotras con lo que encontréis en vuestro camino, aunque nosotros queramos apoyaros.

Es todo parte de la evolución normal como personas, salvo que os topéis con algún caso verdaderamente anómalo, en cuyo caso no debéis intentar afrontarlo en solitario. Debéis buscar ayuda.

En la época adulta os iréis enfrentando a más casos. Puede que en vuestros estudios o vuestros trabajos. Poco a poco iréis viendo cómo os vais endureciendo, en el buen sentido de la palabra.

Me vienen a la mente dos o tres casos recientes, en los que las personas han sido tóxicas sin darse casi cuenta de ello, o dándose cuenta sólo levemente. Estos medios informáticos de los que disponemos hoy día permiten que se evidencien estos comportamientos con mayor facilidad.

Digamos que el factor dominante en esta toxicidad ha sido la vanidad. La vanidad es levemente tóxica; no es la emoción que suele ser más dañina, pero puede llegar a ser muy dañina cuando desemboca en implicar el menoscabo de una persona.

La vanidad me parece las más de las veces una llamada desesperada de atención. El vanidoso busca apreciación, porque en el fondo necesita cariño. Suele concurrir haber tenido mucha atención durante la infancia, y en muchos casos, una ruptura dolorosa de esa infancia.

La vanidad comienza a ser dañina cuando invade nuestra forma de vivir o incluso de entender las cosas. Suele ser difícil saber exactamente por qué nos está causando daño una persona vanidosa pero sabemos positivamente que nos lo está haciendo. Lo notamos aunque no sepamos definirlo. Muchas veces, es casi imposible identificar que la causa del daño está en una vanidad.

Por ejemplo, una opinión no compartida que se te declara como una verdad que no admite discusión puede ser un tipo de toxicidad con origen en la vanidad. Una noticia compartida por vanidad puede ser tóxica si lleva implícito el mensaje de que se esperaba que el receptor estuviera al mismo nivel pese a que se sabe que no va a poder estarlo.

La vanidad y la soberbia están claramente emparentadas, por otra parte.

En nuestro poder está la capacidad de frenar esta toxicidad invocando a la racionalidad y siendo consciente de lo intranscendente que es la vanidad en una existencia finita y efímera como la nuestra. Recordando también que el honor y el renombre no se reclaman, sino que se ganan. Si podemos, debemos dar cariño a esa persona que quizá por pura necesidad y sin ser consciente está enviando una llamada de auxilio mal formulada.

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