sábado, 1 de diciembre de 2018

Superderiva

(Publicado originalmente el 23 de Mayo de 2018).

Muchas ideas se agolpan en la cabeza. Las siento en el cielo de la boca, detrás de los ojos, contra el hueso frontal, o en la glándula pineal, o presionando el temporal izquierdo (según su naturaleza).

Hay multitud de recuerdos de ideas que van naciendo a lo largo del día; por no haberlas anotado, clasificado, pensado en ellas, ahora forman un tumulto, se apelotonan y amontonan. Otra parte de mi mente, un viejo con una túnica sucia y harapienta, escuálido, con brazos y piernas emaciados, calvo, casi desdentado y con larga, larguísima barba blanca, remueve con su vara en esa laguna gris de olvidos, y se dedica a la tarea de intentar rescatar algo que valga, colgar los despojos en las paredes de esta cueva, intentando que recuperen algo de color y forma, pugnando por que vuelvan a ser reconocibles.

Otras voces me hablan continuamente mientras escribo estas palabras, y es difícil siquiera mantener una coherencia en este texto. A veces hay paz, y entonces echo de menos los medios para poder fijar mis pensamientos; por eso desde hace décadas gusto de, o más bien necesito, llevar una libreta siempre conmigo y un lápiz o algo que me permita escribir.

Una y otra vez las mismas palabras que demandan mi atención, rompiendo la tenue concentración de una mente agotada.

Pero me alegra sentir que las ideas se agolpan en la cabeza; significa que sigo teniendo ideas e intención de contarlas.

Me alegra sentir esos recuerdos descuidados y hundidos, porque significa que sigue resultando algo de estas percepciones, o mejor dicho a pesar de estas percepciones, y que sigo teniendo intención de recordarlos y narrarlos.

Admiro las bitácoras de los amigos, esas bitácoras que son lo que tienen que ser: registros de vivencias. Valientes amigos, que no temen compartir sus días, miedos, alegrías, recuerdos, lloros, palabras fuertes. Palabras crípticas o transparentes, cada cual según su gusto y arte. Sé que para ellos es la urgencia de narrarlo, pero a mi esa urgencia me parece que tiene mucho de valentía.

Yo antes escribía mucho. Siempre he disfrutado escribiendo. No me movía tanto la vanidad como la necesidad de compartir las sensaciones y las ideas, sacar fuera mis tormentos (que podían ser gozosos). Un error fue tratar este medio, que es propio para bitácoras, como otra cosa: un registro de pequeñas composiciones. También puede usarse así (esto puede usarse como mejor convenga); pero quizá no sea el vehículo más adecuado para esos textos. Ahora me lo parece así. A veces escribía como en un diario, y muchas poesías y composiciones no eran más que entradas en ese diario (y seguirá siendo así porque es como soy). Pero los estudios y casi ensayos, no estoy seguro de que sea el mejor medio.

En cualquier caso, yo antes escribía mucho pero ahora escribo poco. Hubo una época negra en que cada vez que intentaba publicar algo (esto es publicar, ¿no?), el ordenador fallaba... ¿Entonces?

¿Ya no tenías nada que contar? No creo que sea eso.
¿Ya no le interesaba a nadie? Pudiera ser, pero nunca le interesó a muchos, y me sentía a gusto escribiendo para esos pocos; y no lo olvidemos, escribíamos sobre todo como resultado de la necesidad física y psíquica que siente el escritor.
¿Entonces? Probablemente, el equivocar el propósito que mencionaba antes.

Pero no quería hablar tanto de ese tema, ya que parece que busco excusas para algo. No es eso. Es que he descubierto esto de reflexionar mientras tecleo, y me estoy regalando con la sensación agradable de volcar el pensamiento. Ayuda también a desenvolver la madeja de recuerdos. Es creativo, hasta cierto punto. ¡Cómo lo necesitamos a veces, la labor creativa!

Anoche, en la bruma del agotamiento, me enviaron un enlace de YouTube a una charla TED. Muchas de estas charlas están bien. Pueden dar consejos buenos o simplemente cambiar tu humor hacia algo más positivo. Otras parecen contaminadas con esa tendencia tan de nuestro siglo de sentirse en la obligación de ofrecer un punto de vista que pretende ser inesperado u original. Esto hace que a veces se llegue a monumentales idioteces.

La de ayer tenía que ver con la conciliación entre trabajo y vida. El resumen de la charla era el siguiente: el secreto de la conciliación entre trabajo y vida es que no se pueden conciliar. Tienes que elegir trabajo. Es natural que el trabajo se meta en tu vida, aun cuando has "salido de la oficina". Es natural que estés cenando, tengas una iluminación sobre cómo solucionar una tarea pendiente y corras al móvil o al PC a mandar un correo.

Ciertamente, como no terminé de ver el video, quizá me haya perdido algo. Me exculpo de posibles malinterpretaciones, debido también al cansancio.

Si no me he perdido nada,... casi prefiero no escribir todo lo que iba a escribir. Imaginad un video que se vende de esta forma: cómo cocinar tarta de chocolate.
Ves el video y el protagonista te dice (tras un tiempo mayor o menor de dar vueltas a conceptos y gracietas): no puedes cocinar tarta de chocolate.

Llamaría fraude a ese tipo de videos.

Llamaría contaminación de ideas a un estado de cosas en la que se promulga que es lógico (inevitable) que el trabajo permee todas las horas de tu existencia. Un orden en que se promueve que si quieres ser un ser humano completo, has venido aquí a cumplir un propósito, y ese propósito sólo puedes cumplirlo mediante el trabajo, el trabajo que generalmente consiste en crear cosas (objetos, servicios, ideas, conceptos, amasijos de ideas y procesos, cada vez más bits y bits, de datos o audio -que ahora son también datos-...) para otros.

Puede llamarse también alienación, neoliberalismo. En China creo que es popular.

En el fondo, se llama engaño.

Recuerdo cuando de niño en el mar la corriente era tan fuerte que llegabas a temer por tu vida.

En estos tiempos de postverdad de vez en cuando percibes que estás siendo arrastrado por una corriente imparable que pretende confundir todos los términos.

Por vanidad.

"Yo fui el que sorprendió a la audiencia con esa magnífica idiotez. Espero que sea recordada. Quiero ser Virgilio, que se hable de mi en la radio; daré conferencias con aire despreocupado, pero no sabré quién soy; sólo seré mi idea".

Por terror.

"Deja de decirme que en algún momento me equivoqué, que no tuve valor a ser yo y dejé de luchar puesto que (es verdad) los enemigos son terribles y no tienen escrúpulos en abrir mis entrañas, dejarme frío en el suelo, aplastar a mi progenie".

Al final, a cada uno según su pecado.

El discurso es pesimista. Abundan los ejemplos de negligencia y de autoengaño, de estupidez y simpleza.

Afortunadamente, esa estupidez suele estar concentrada en este mundo virtual. Y aún fuera, un paseo por la calle, o mejor aún, una escapada de la insoportable ciudad, te permite descubrir que sigue habiendo mujeres y hombres que merecen ese nombre.

Quiero pensar que quedan suficientes.

Es curioso como una corriente puede anular a otra. Ese es un pensamiento optimista. Al menos algo me ha hecho escribir de nuevo, a pesar del ruido y del cansancio.

La luz se apaga, la luz se enciende.

No sé si escribiré mañana, pero hoy estoy escribiendo.

Son palabras de hombre viejo, o más bien, cansado, pero sé que otro día estaré contento (entonces no escribiré, porque solemos escribir cuando estamos tristes o furiosos).

No sé si escribiré mañana, pero sé que volveré a escribir algún día.

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